Adams, El restaurante del final del mundo


Douglas Adams, El restaurante del final del mundo



La Guía del Autoestopista Galáctico es un compañero indispensable para todos aquellos que se sientan inclinados a encontrar un sentido a la vida en un universo infinitamente confuso y complejo, porque si bien no espera ser útil o instructiva en todos los aspectos, al menos sostiene de manera tranquilizadora que si hay una inexactitud, se trata de un error definitivo. En caso de discrepancias importantes, siempre es la realidad quien se equivoca. Ésa era la esencia del aviso. Decía: “La Guía es definitiva. La realidad es con frecuencia errónea”.

Eso había traído unas consecuencias interesantes: por ejemplo, cuando se entabló juicio contra los editores de la Guía por las familias de aquellos que habían muerto como resultado de considerar en sentido literal el artículo sobre el planeta Traal (que decía: “Las Voraces Bestias Burblatter suelen preparar una comida buenísima para los turistas visitantes”, en vez de decir: “las Voraces Bestias Burblatter suelen preparar una comida buenísima con los turistas visitantes”), los editores sostuvieron que la primera versión de la frase era más agradable desde el punto de vista estético, convocando a un poeta capacitado para que diera testimonio bajo juramento de que la belleza era verdad, evidencia perfecta, con intención de demostrar, por consiguiente, que el culpable en este caso era la vida misma por no ser bella ni verdadera. Los jueces se pusieron de acuerdo y en un discurso emocionante concluyeron que la vida misma había cometido desacato al tribunal y se la confiscaron a todos los presentes antes de ir a disfrutar de un agradable tarde de golf. (280-1)



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— ¿No podríamos largarnos un rato a una fiesta o algo así, para pensarlo?
— Por lo que me figuró -dijo la voz etérea de Gargrabar-, es posible que yo esté en una. Es decir, mi cuerpo. Va a muchas fiestas sin mí. Dice que lo único que hago es estorbar, ya sabe.
— ¿Qué es todo eso de tu cuerpo? -preguntó Zaphod, deseoso de aplazar lo que fuese a ocurrirle.
— Pues se trata… de que está muy ocupado, ¿sabe? -contestó Gargrabar, titubeando.
— ¿Quieres decir que tiene una mente propia? -dijo Zaphod.
Hubo un silencio largo y un tanto glacial.
— Tengo que decir -repuso al fin Gargrabar- que esa observación me parece de muy mal gusto. [...] Lo cierto es que en estos momentos pasamos por un período de separación legal. Sospecho que terminará en divorcio.  [...] Creo que no estamos hechos el uno para el otro -continuó al cabo Gargrabar-; nunca hemos sido felices haciendo las mismas cosas. Siempre hemos tenido unas discusiones formidables sobre la pesca y la sexualidad. Al fin tratamos de combinar las dos cosas, pero, cómo puedes imaginarte, no fue más que un desastre. Y ahora mi cuerpo se niega a dejarme entrar. Ni siquiera quiere verme. [...] Dice que le produzco solo inhibiciones. Le señalé que yo sólo quería habitarlo, y contestó que eso era exactamente la clase de observación sabihonda que le sale a un cuerpo por la aleta izquierda de la nariz, de modo que lo dejamos. Probablemente le concederán la custodia de mi nombre. (304-5)



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El Vórtice de la Perspectiva Total obtiene la imagen de la totalidad del universo mediante el principio del análisis de la extrapolación de la materia. En otras palabras, como toda partícula de materia del universo recibe influencia de los demás fragmentos de materia del universo, en teoría es posible extrapolar el conjunto de la creación: todos los soles, todos los planetas, sus órbitas, su composición, su economía y su historia social de, digamos, una pequeña porción de tarta.

El inventor del vórtice de la perspectiva total ideó la máquina con la intención fundamental de molestar a su mujer.

Trin Trágula, que así se llamaba, era un soñador como un pensador, un filósofo especulativo o, tal como lo definía su mujer, un idiota.

Su esposa lo importunaba de continuo por la cantidad de tiempo absolutamente disparatada que dedicaba a mirar las estrellas, a meditar sobre el mecanismo de los imperdibles, o a realizar análisis espectrográfico de porciones de tarta.

— ¡Ten un poco de sentido de la proporción! -solía decirle, en ocasiones con una frecuencia de treinta y ocho veces al día.

Y por eso construyó el Vórtice de la Perspectiva Total, para darle una lección.

En un extremo conectó toda la realidad extrapolada de una porción de tarta, y en el otro conectó a su mujer. De manera que, cuando lo puso en funcionamiento, su mujer vio en un instante toda la creación infinita y a ella misma en relación con el universo.

Para horror de Trin Trágula, la conmoción aniquiló totalmente el cerebro de su mujer; pero para su satisfacción, comprobó que había demostrado de manera concluyente que si la vida existe en un universo de tales dimensiones, en ella no puede caber el sentido de la proporción. (307)

Adams, D. (2017). Los autoestopistas galácticos. Anagrama.




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