Material Extra. Pessoa


Fernando Pessoa y heterónimos


I, 199

(Fernando Pessoa)


Cómo es por dentro otra persona,

¿quién sabrá soñarlo?

El alma de otro es otro universo

con el que no hay comunicación posible,

con el que no hay verdadero entendimiento.


Nada sabemos del alma

sino de la nuestra;

las de los otros son miradas

son gestos, son palabras,

con la suposición de cualquier semejanza

en el fondo.




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I, 255

(Alberto Caeiro, El guardador de rebaños)


¿Qué pienso yo del mundo?

¡Yo que sé lo que pienso del mundo!

Si enfermase pensaría en ello.


¿Qué idea tengo de las cosas?

¿Qué opinión tengo de las causas y los efectos?

¿Qué es lo que he meditado sobre Dios y el alma

y sobre la creación del mundo?

No sé. Para mí pensar es cerrar los ojos

y no pensar. Es correr las cortinas

de mi ventana (pero no tiene cortinas).


¿El misterio de las cosas? ¡Qué sé yo lo que es misterio!

El único misterio es haber quien piense en el misterio.

Quien está al sol y cierra los ojos,

empieza a no saber lo que es el sol

y a pensar muchas cosas llenas de calor.

Pero abre los ojos y ve el sol,

y ya no puede pensar en nada,

porque la luz del sol vale más que los pensamientos

de todos los filósofos y de todos los poetas.

La luz del sol no sabe lo que hace

y por eso no yerra y es común es buena.


¿Metafísica¿ ¿Qué metafísica tienen aquellos árboles?

La de ser verdes y copudos y tener ramas

y la de dar fruto a su hora, lo que no nos hace pensar, a nosotros, que no sabemos percibirlos.

¿Pero que mejor metafísica que la de ellos,

que es la de no saber para qué viven

ni saber que no lo saben?


“Constitución íntima de las cosas”...

“Sentido íntimo del universo cierro”...

Todo esto es falso, todo esto no quiere decir nada.

Es increíble que se pueda pensar en cosas de ésas.

Es cómo pensar en razones y fines

cuando el comienzo de la mañana está rayando, y por los lados de los árboles

un vago oro lustroso va perdiendo la oscuridad.


Pensar en el sentido íntimo de las cosas

es añadido, cómo pensar en la salud

o llevar un vaso al agua de las fuentes.


El único sentido íntimo de las cosas

es no tener sentido íntimo ninguno.


No creo en Dios porque nunca lo vi.

Si él quisiera que yo creyese en el,

sin duda que vendría hablar conmigo

y entraría por mi puerta dentro

diciéndome, ¡Aquí estoy!


(Esto es tal vez ridículo a los oídos

de quién, por no saber lo que es mirar a las cosas,

no comprende a quien habla de ellas

con el modo de hablar que reparar en ellas enseña).


Pero si Dios es las flores y los árboles

y los montes y el sol y el claro de Luna,

entonces creo en él,

entonces creo en él a todas horas,

y mi vida es toda una oración y una misa

y una comunión con los ojos y por los oídos.


Pero si Dios es los árboles y las flores

y los montes y el claro de luna y el sol,

¿para que le llamó Dios?

Le llamo flores y árboles y montes y sol y claro de Luna;

porque, si él se hizo, para que yo lo viese,

sol y claro de luna y flores y árboles y montes,

si él se me aparece como siendo árboles y montes y claro de luna y sol y flores,

es que él quiere que yo lo conozca

como tales árboles y montes y flores y claro de luna y sol.


Y por eso le obedezco,

(¿qué más se yo de Dios que Dios de sí mismo?),

le obedezco viviendo, espontáneamente,

como quién abre los ojos y ve,

y le llamó claro de luna y sol y flores y árboles y montes,

y lo amo sin pensar en él,

y lo pienso viendo y oyendo,

y ando con él a todas horas.



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I, 281

(Alberto Caeiro)


Leí hoy casi dos páginas

del libro de un poeta místico,

y me reí como quien ha llorado mucho.


Los poetas místicos son filósofos enfermos,

y los filósofos son hombres locos.


Porque los poetas místicos dicen que las flores sienten

y dicen que las piedras tienen alma

y que los ríos tienen éxtasis al claro de luna.


Pero las flores, si sintiesen, no eran flores,

eran gente;

y si las piedras tuviesen alma, eran cosas vivas, no eran piedras;

y si los ríos tuviesen éxtasis al claro de luna,

los ríos serían hombres enfermos.


Es necesario no saber lo que son las flores y las piedras y los ríos

para hablar de sus sentimientos.

Hablar del alma de las piedras, de las flores, de los ríos,

es hablar de sí mismo y de sus falsos pensamientos.

Gracias a Dios que las piedras son sólo piedras,

y que los ríos no son sino ríos,

y que las flores son sólo flores.


Por mí, escribo la prosa de mis versos

y quedo contento,

porque sé que comprendo la naturaleza por fuera;

y no la comprendo por dentro

porque la naturaleza no tiene dentro;

si no no sería la naturaleza.



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I, 295

(Alberto Caeiro)


Procuro desnudarme de lo que aprendí,

procuro olvidarme del modo de recordar que me enseñaron,

y raspar la pintura con que me pintaron los sentidos,

desembalar mis emociones verdaderas,

desempapelar y ser yo, no Alberto Caeiro,

sino un animal humano que la Naturaleza produjo.



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I, 297

(Alberto Caeiro)


En un día excesivamente nítido,

día que daba ganas de haber trabajado mucho

para en él no trabajar nada,

entreví, como un camino por entre los árboles,

lo que tal vez sea el Gran Secreto,

aquel Gran Misterio del que los poetas falsos hablan.


Vi que no hay Naturaleza,

que Naturaleza no existe,

que hay montes, valles, llanuras,

que hay árboles, flores, hierbas,

que hay ríos y piedras,

pero que no hay un todo al que eso pertenezca,

que un conjunto real y verdadero

es una enfermedad de nuestras ideas.


La naturaleza es partes sin un todo.

Esto es tal vez el tal misterio de qué hablan.



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II, 29

(Ricardo Reis)


Sólo está libertad nos conceden

los dioses: someternos a parte a su dominio por propia voluntad.

Más vale que así hagamos

porque sólo en la ilusión de la libertad

la libertad existe.


Ni otro modo los dioses, sobre quienes

el eterno hado pesa,

usan para su calmo y poseído

convencimiento antiguo

de que es divina y libre su vida.

Nosotros, imitando a los dioses,

tan poco libres como ellos en el Olimpo,

como quién en la arena

levanta castillos para llenar los ojos,

levantemos nuestra vida

y los dioses sabrán agradecernos

el ser tan como ellos.



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II, 85

(Ricardo Reis)


Viven en nosotros innúmeros;

Si pienso o siento, ignoro

quien piensa o siente.

Soy solamente el lugar

donde se siente o piensa.


Tengo más almas que una.

Hay más yos que yo mismo.

Existo, empero.

Indiferente a todos.

Los hago callar: yo hablo.


Los impulsos encontrados

de lo que siento o no siento

disputan en quien soy.

Los ignoro. Nada dictan.

A quién me conozco: yo escribo.


(Pessoa, F.] Viqueira, M.Á. (1997). Obra poética. Ediciones 29.)


Pessoa y lo que dice el borracho | El Cultural


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